Fundación Islámica de Chile

 

Alija Izetbegović (1925-2003)

Octubre de 1971, periódicos del Preporod (Renacimiento), Sarajevo

Nota del traductor: Este breve ensayo, escrito por el primer Presidente de Bosnia y Herzegovina independiente y un conocido pensador musulmán, es tan relevante hoy como cuando se publicó por primera vez. Aunque lleva la huella de su tiempo, a principios del renacimiento islámico del siglo XX en Bosnia, habla de los muchos problemas persistentes en la educación islámica. Bajo el régimen comunista de Yugoslavia, como bajo los regímenes opresivos de la mayoría de los países de mayoría musulmana hoy en día, la educación religiosa – cuando se permitía – estaba destinada a inculcar la obediencia a las autoridades. Creó generaciones de musulmanes dóciles, serviles e incapaces de cambiar las condiciones miserables en las que muchos de ellos viven hoy en día. Este ensayo es una llamada de atención a los padres y profesores musulmanes y a todos aquellos que desean ver a los musulmanes liberarse del yugo de la opresión.

Imagino este artículo como una pequeña conversación con nuestros padres y profesores religiosos. No hace mucho tiempo, me encontré con un amigo cercano, un musulmán bueno y entusiasta, que escribía un artículo sobre la educación de la juventud musulmana. Leí el artículo inacabado, pero sus ideas principales ya estaban expresadas. Habiendo insistido en la educación en el espíritu de la fe, mi amigo llamaba a los padres a inculcar a sus hijos las características de la bondad, el buen comportamiento, la humildad, la modestia, la benevolencia, el perdón, la aceptación del destino, la paciencia, etc. Advertía especialmente a los padres que protegieran a los niños de la calle, de las películas de Occidente y de suspenso, de la prensa escrita inútil, de los deportes que estimulan la agresividad y la competencia, etc. Sin embargo, la palabra más usada en el artículo de mi amigo fue la palabra obediencia. En casa, un niño debe ser obediente a los padres; en la escuela religiosa, al Imán; en la escuela, al maestro; en la calle, al policía; y en el futuro, a su jefe, director o al superior.

Para ilustrar este “ideal”, el escritor utiliza el ejemplo de un chico que se mantiene alejado de todo lo malo, que nunca pelea en la calle, que no ve películas de Occidente (en cambio, toma clases de piano clásico), no juega al fútbol, no tiene el pelo largo, no sale con chicas (sus padres lo casarán “cuando llegue el momento”). El chico nunca grita, nunca se escucha su voz (“como si no estuviera vivo”), es agradecido y se disculpa en todos los lugares a los que va. El escritor no lo dice, pero podemos continuar: cuando el chico es perjudicado, se queda callado. Cuando es golpeado, no devuelve el golpe, sino que convence a los demás de que “no está bien”. En una palabra, él es de los que no se atreven ni a “pisar una hormiga”.

Mientras leía este artículo, entendí completamente el significado del dicho, “el camino al infierno está empedrado con buenas intenciones”. No sólo eso, creo que he comprendido una de las causas de nuestro declive en los últimos siglos: una mala educación/formación. De hecho, durante siglos, como consecuencia de la incomprensión del pensamiento islámico original, educamos erróneamente a nuestra juventud. Mientras que el enemigo, instruido y despiadado, subyugaba a los países musulmanes uno por uno, enseñamos a nuestra juventud a ser amables, a “no pensar mal ni siquiera en una mosca”, a aceptar su destino, a ser dóciles, y a ser obedientes a todo tipo de reglas porque “toda regla es de Dios”.

Esta triste filosofía de servidumbre, cuyo verdadero origen no conozco pero que, con seguridad, no se origina en el Islam, cumple dos funciones que se complementan perfecta e infelizmente: por un lado, hace que los vivos mueran; por otro, pone de relieve los ideales erróneos en nombre de la fe. Reúne alrededor de la idea del Islam a aquellos que han muerto antes de empezar a vivir. Crea personas inseguras a partir de criaturas humanas normales, que son perseguidas por los sentimientos de culpa y pecado. Esta filosofía se vuelve atractiva para aquellas criaturas fracasadas que huyen de la realidad y buscan refugio en la pasividad y la tranquilidad. Sólo así podemos explicar el hecho de que aún hoy, durante la época del renacimiento, los propios portadores del pensamiento islámico, o los que afirman serlo, siguen perdiendo batallas a cada paso. Con las manos atadas a la filosofía de las prohibiciones y los dilemas, estas personas, que en general son de alta moral, terminan siendo inferiores o no aptos en el conflicto con enemigos menos rectos, menos cultos, pero resueltos y temerarios que saben lo que quieren y a los que no les importan los medios que empleen para alcanzar sus objetivos.

¿Qué puede ser más normal que el pueblo musulmán sea dirigido por líderes educados en el Islam e inspirados por el pensamiento islámico? Pero no están teniendo éxito por una simple razón: han sido educados no para liderar, sino para ser liderados. ¿Qué puede ser más natural para los musulmanes, en tierras musulmanas, que ser líderes de la revuelta contra el dominio de los extranjeros y sus ideas, su violencia política y económica? Pero no pueden hacerlo, de nuevo, por una simple razón: no se les ha enseñado a alzar la voz sino a obedecer. Hemos educado (y congregado) no a musulmanes sino a cobardes, casi sirvientes. En un mundo lleno de vicios, esclavitud e injusticia, enseñar a los jóvenes a abstenerse, a ser pasivos, a ser obedientes, ¿no es eso colaborar al sometimiento y a la opresión de su pueblo?

Esta psicología sobre la que estamos escribiendo tiene varios aspectos. Uno de ellos es la historia siempre recurrente sobre el pasado. A nuestra juventud no se le enseña lo que el Islam debería ser; en su lugar, se les enseña lo que solía ser. Saben sobre la Alhambra y las viejas conquistas, sobre la ciudad de las “mil y una noches”, sobre las bibliotecas de Samarqand y Córdoba. Su espíritu está siempre orientado hacia el glorioso pasado y empiezan a vivir de él. El pasado es importante, por supuesto. Pero es mucho más útil reparar el techo desgastado de una simple mezquita en nuestra calle que contar todas las hermosas mezquitas que fueron construidas por nuestros ilustres predecesores. Parece que sería mejor quemar toda esa gloriosa historia si se convierte en un refugio para los suspiros y para vivir de los recuerdos. Sería mejor destruir todos esos monumentos si eso es una condición necesaria para comprender finalmente que no podemos vivir del pasado y que se requiere que hagamos algo (sobre nuestro presente). Paradójicamente, esta pedagogía fatal de servidumbre y falta de resistencia se refiere al Corán, en el que los principios de lucha y resistencia han sido mencionados al menos cincuenta veces. Como un código, el Corán abolió el sometimiento. En lugar de la sumisión a múltiples falsas autoridades y majestades, el Corán estableció sólo una obediencia – a Dios. Sobre esta obediencia a Dios, el Corán construyó la libertad humana, la liberación del hombre de todas las otras formas de sumisión y miedo.

Entonces, ¿qué podemos aconsejar a nuestros padres y maestros?

Más que nada, podemos decirles que no maten la energía de los jóvenes. Más bien, dejemos que guíen y formen a nuestra juventud. Los eunucos que crearon a través de su educación no son musulmanes, ni hay forma de llevar a una persona muerta al Islam. Para educar a un musulmán, dejemos que eduquen primero a seres humanos, de la forma más completa y exhaustiva. Dejemos que los maestros hablen a los jóvenes sobre el orgullo en lugar de la humildad, sobre el coraje en lugar de la obediencia, sobre la justicia en lugar de la benevolencia. Que eduquen una generación digna que sepa no pedir permiso a nadie para vivir y ser lo que se es. Porque recordemos: el progreso del Islam, como cualquier otro progreso, no vendrá de los dóciles y los serviles, sino de los valientes y los rebeldes.

Traducción: Fundación Islámica de Chile